Una voz de sonido añejo.
Una voz de siglos
oigo resonar
dentro del vaso casi seco del amor.
Trémulos reclamos son
de bocas sedientas/
elegías son
de sus tragedias.
Del cuerpo sonoro emerge
la discordia existencial
encendida entre la carne y el espíritu.
Ella abreva a las angustias/
la divergencia irreflexiva del Hombre.
Los hombros etéreos de esa voz
huelen
a secreciones malditas de falsos dioses.
Bajo sus pies
el mundo ha hecho añico
la estela de los santos.
Como una alfombra de aserrín descuidado
así están
extendida sobre el barro
las palabras anhelantes de los poetas.
Maderos deshojados
de antiguos verdores.
Son astillas insuficientes
/consumidas/
por la egolatría enquistada
en el alma expandida del mal.
¿Dónde hallará alvio entonces
mi sed
construida de caminos polvorientos?
¿Dónde hallaré a la flor
que iluminará mis ojos
refrescando sus iris cansados?
¡Ay, dónde encontrará mi pecho el aroma
y el candor felíz de la armonía!
Los hombres habrán de regresar
/seguramente/
a la luz de matorrales oscuros/
A recomponer en lo silvestre
la selva intrincada de su razón.
Se hundirán en lo inhóspito
hasta que aprendan a cantar
la canción diferente del amor.
...tal vez algún día
ya no sonarán
las voces de ultratumba/
y ya no habrá endechas
en los vasos ateridos
de nuestros pechos.
Autor: Juan C. L. Rojas
Una voz de siglos
oigo resonar
dentro del vaso casi seco del amor.
Trémulos reclamos son
de bocas sedientas/
elegías son
de sus tragedias.
Del cuerpo sonoro emerge
la discordia existencial
encendida entre la carne y el espíritu.
Ella abreva a las angustias/
la divergencia irreflexiva del Hombre.
Los hombros etéreos de esa voz
huelen
a secreciones malditas de falsos dioses.
Bajo sus pies
el mundo ha hecho añico
la estela de los santos.
Como una alfombra de aserrín descuidado
así están
extendida sobre el barro
las palabras anhelantes de los poetas.
Maderos deshojados
de antiguos verdores.
Son astillas insuficientes
/consumidas/
por la egolatría enquistada
en el alma expandida del mal.
¿Dónde hallará alvio entonces
mi sed
construida de caminos polvorientos?
¿Dónde hallaré a la flor
que iluminará mis ojos
refrescando sus iris cansados?
¡Ay, dónde encontrará mi pecho el aroma
y el candor felíz de la armonía!
Los hombres habrán de regresar
/seguramente/
a la luz de matorrales oscuros/
A recomponer en lo silvestre
la selva intrincada de su razón.
Se hundirán en lo inhóspito
hasta que aprendan a cantar
la canción diferente del amor.
...tal vez algún día
ya no sonarán
las voces de ultratumba/
y ya no habrá endechas
en los vasos ateridos
de nuestros pechos.
Autor: Juan C. L. Rojas