Lento amanecer.
Desperezo infecundo de la desazón.
La conciencia se aclara
y en vigilia aún
la carga retroactiva de la tristeza.
Desde mi rascacielo observo
a estrellas colapsadas/
Y el vacío se expande
desde el alfiler prendido en el corazón.
Sí...
tendría que rodar un planeta
para aplanar la áspera rugosidad
de estos sismos abiertos.
Este estilete rojo y frío
llega con su color punzante
hasta el codo irredento de la esperanza.
Afiebrado despertar me trae
el nacimiento de este invierno.
Intima inspiración
de oscuridades invencibles.
¡Volver y volver
a la tierra histórica de los degüello!
Sí/
han de rodar los planetas
sobre las piedras de los ojos desorbitados.
No/
No hay solo un llanto en el mundo...
Pero no hay oídos y el aire se marea
en la tinta desesperada de los diarios.
Añoso y fuerte crece el árbol
que abunda en frutos de soledad.
¿Quién ha de remediar esta conciencia
salpicada de ocultas sangres?
¿Quién ha de ser
la inspiración retroactiva de la alegría?
Hieren/
vuelto hacia adentro/
los cristales salinos de los ojos.
¡No!
¡Ni con el cañón en sus hombros
se hará vil esta guerrera mansedumbre!
¡Ni aún cuando el pánico
desparrame sobre la piel herida
sus aguas salobres!
¿Cuáles serán las manos continentes/
de estas
ya desprendidas de los brazos?
¡Así!
¡De vaciedades
también sueñan los cielos!
Autor: Juan C. L. Rojas
Desperezo infecundo de la desazón.
La conciencia se aclara
y en vigilia aún
la carga retroactiva de la tristeza.
Desde mi rascacielo observo
a estrellas colapsadas/
Y el vacío se expande
desde el alfiler prendido en el corazón.
Sí...
tendría que rodar un planeta
para aplanar la áspera rugosidad
de estos sismos abiertos.
Este estilete rojo y frío
llega con su color punzante
hasta el codo irredento de la esperanza.
Afiebrado despertar me trae
el nacimiento de este invierno.
Intima inspiración
de oscuridades invencibles.
¡Volver y volver
a la tierra histórica de los degüello!
Sí/
han de rodar los planetas
sobre las piedras de los ojos desorbitados.
No/
No hay solo un llanto en el mundo...
Pero no hay oídos y el aire se marea
en la tinta desesperada de los diarios.
Añoso y fuerte crece el árbol
que abunda en frutos de soledad.
¿Quién ha de remediar esta conciencia
salpicada de ocultas sangres?
¿Quién ha de ser
la inspiración retroactiva de la alegría?
Hieren/
vuelto hacia adentro/
los cristales salinos de los ojos.
¡No!
¡Ni con el cañón en sus hombros
se hará vil esta guerrera mansedumbre!
¡Ni aún cuando el pánico
desparrame sobre la piel herida
sus aguas salobres!
¿Cuáles serán las manos continentes/
de estas
ya desprendidas de los brazos?
¡Así!
¡De vaciedades
también sueñan los cielos!
Autor: Juan C. L. Rojas