Es hora de aumentar el fragor
de la voz endurecida del poeta.
¡Que resuene amartillada
la sierra oscilante de su timbre!
¡Que sacuda sin piedad
las paredes esclerosadas
de las arterias del tiempo!
Es hora de romper esta alienación/
que más hunde
los estratos sufridos del alma.
Es hora de soltar las riendas
a la audacia del espíritu/
toro maneado
a las cuerdas invisibles de la ignorancia/
la otra ignorancia profunda
que obstruye
el olfato del entendimiento.
¡Palpita intensamente
el pecho desesperado de los ojos!
Los ojos que ven
el paso ciego de la historia.
Historia que cuaja marchita
en el corazón de los hombres.
Debería hoy mismo
descarnar estas sensaciones
ablandando
las pértigas arrumbadas del vocablo.
Debería soplar el perezoso sopor
sobre la opaca luz del pensamiento.
No es poeta
el portavoz de sólo bellos versos.
Es poeta quien inclina
la campana sonante de la tierra.
Es la voz que nace de las voces silenciosas.
Es la pluma que discurre de los gritos ya cansados.
Es el verbo que agiganta los senderos
escapando de prisiones preceptivas.
¡Deben hacer oír poetas
personales campanarios!
¡Señalar con vuestros faros
las borrascas en el mar!
No es vuestra función
ornamentar el oro de las letras
ni la conciencia de literatos
ni la melodía altisonante
de panfletos coloridos.
Lanzo de nuevo esta voz
como de álguien perdido bajo escabeles.
Acaso pueda
revenir la luz de las semillas
que laten aún
alrededor de este quieto
mojón del tiempo.
Autor: Juan C. L. Rojas