Las palmeras se esfuman
bajo el denso humo del odio.
Los hombre son fantasmas
en el continente desolador de la guerra.
Llevan alforjas de la desesperación
sus espaldas abatidas/
y mientras tanto
la metralla infame no distingue
la piel del inocente.
Vibran los cascos
bajo el trueno de su propio ingenio.
Esas cabezas solo tienen obediencias/
a las órdenes del raciocinio ausente.
Son una suerte
de conciencias de hielo/
con capacidad única
de blancos computarizados.
La inteligencia del mal
suele redoblar la apuesta.
Se abren paso los carros insensibles
sobre los cuerpos de madera y de barro.
Pasa crujiendo el acero
entre sangre y huesos/
y entre los poros del aire
los jirones del alma
/gritan/
con alaridos de silencio.
Pero detrás
de los dientes agudos del odio
el miedo solo puede ser blanco inerte/
/insoslayable/
donde el proyectil habrá de evaporar
cualquier ingenua esencia.
Mientras continúe esta mirada
desde la lente ciega del mal y la venganza/
el horizonte lejano de la paz
seguirá cayendo irredento
hacia el punto infinito del abismo.
Autor: Juan C. L. Rojas