sábado, 4 de diciembre de 2010

Estrellas colapsadas

Lento amanecer.
Desperezo infecundo de la desazón.
La conciencia se aclara
    y en vigilia aún
        la carga retroactiva de la tristeza.

Desde mi rascacielo observo
    a estrellas colapsadas/
Y el vacío se expande
    desde el alfiler prendido en el corazón.

Sí...
    tendría que rodar un planeta
        para aplanar la áspera rugosidad
            de estos sismos abiertos.
        Este estilete rojo y frío
            llega con su color punzante
    hasta el codo irredento de la esperanza.

Afiebrado despertar me trae
    el nacimiento de este invierno.
Intima inspiración
    de oscuridades invencibles.
¡Volver y volver
    a la tierra histórica de los degüello!

Sí/
    han de rodar los planetas
        sobre las piedras de los ojos desorbitados.

No/
No hay    solo un llanto en el mundo...
Pero no hay oídos y el aire se marea
    en la tinta desesperada de los diarios.

Añoso y fuerte crece el árbol
    que abunda en frutos de soledad.
¿Quién ha de remediar esta conciencia
      salpicada de ocultas sangres?
¿Quién ha de ser
    la inspiración retroactiva de la alegría?

Hieren/
    vuelto hacia adentro/
        los cristales salinos de los ojos.

¡No!
¡Ni con el cañón en sus hombros
    se hará vil    esta guerrera mansedumbre!
¡Ni aún cuando el pánico
    desparrame sobre la piel herida
        sus aguas salobres!

¿Cuáles serán las manos continentes/
    de estas
        ya desprendidas de los brazos?

¡Así!
¡De vaciedades
    también sueñan los cielos!

Autor: Juan C. L. Rojas
   

jueves, 25 de noviembre de 2010

Olvido

Pájaros desplumados tiritan en el aire
    en el espacio de los sueños.

Estériles decoloran jacarandaes y amapolas.

Ritmo intenso.
Locura de los cuerdos.

¡Olvidaron el deber de residentes!
    ¡Olvidaron gratitudes
        huéspedes de la Tierra!

El implícito sacerdocio de    ser    humano
    ha sido extirpado del hombre.

En el santuario demudado del vergel
    lloran las semillas.

El Tigris y el Eufrates se evaporaron.
Se ha enemistado el horizonte con la oración
    de crepúsculos y auroras.

Se fundió el Sol en las lágrimas de la noche
    y huelo perezas en la Tierra
        para santificar de nuevo el Paraíso.

...No quiero ser
    caminante indiferente en estas calles/
ni navegante sin olfato
    en estos ríos descuidados.

¿Quedará aún
    alguna llama viva en la conciencia?

Quizás puedan sumarse a la pregunta
    aquellos granos humildes
        que las aguas lamen
allá/
    en aquel confín turbio
        del poniente.

Autor: Juan C. L. Rojas

sábado, 13 de noviembre de 2010

Luz y sombra, sombra y luz


Esa tenue luz... y sombra

La vida...
Solo una sombra contigua a la Tierra.

...Un hombre grueso y torpe
de traje oscuro/
camina ahí delante/
de pronto desaparece.

¡Una vibración que sacude al Universo!
    luego la quietud infinita.

Una esperanza fue... nacida desfalleciente/
Persistió    solo hasta morir.

Afán de la vanidad/
Crueldad de amar la ilusión/
Resistencia que jamás perdurará.


                                              II
                    Esa tenue sombra...  y luz

Un espíritu/
Una luz inserta en la sombra corpórea.

Pequeñez que brilla
    enfrentando al Sol/
De pronto la oscuridad.

Minúsculo punto en el infinito/
Un breve recuerdo.

Suele ser pasión sin conciencia
    hiriente y cruel.
Suele ser hoguera difundiendo chispas/
    para fundar nuevas estrellas.

En el corazón/
    el sueño eterno del Paraíso.
Horizonte de ilusiones alimentando el alma.

Trascendencia.
Puedes marcar
    en la columna vertebral de los siglos
        la definitiva fuerza de lo pequeño.

Autor: Juan C. L. Rojas

viernes, 12 de noviembre de 2010

Bajo el cristal del odio


Las palmeras se esfuman
    bajo el denso humo del odio.
Los hombre son fantasmas
    en el continente desolador de la guerra.
Llevan alforjas de la desesperación
    sus espaldas abatidas/
y mientras tanto
    la metralla infame no distingue
        la piel del inocente.

Vibran los cascos 
    bajo el trueno de su propio ingenio.
Esas cabezas solo tienen obediencias/
    a las órdenes del raciocinio ausente.
Son una suerte 
    de conciencias de hielo/
con capacidad única
    de blancos computarizados.

La inteligencia del mal
    suele redoblar la apuesta.
Se abren paso los carros insensibles
sobre los cuerpos de madera y de barro.
Pasa crujiendo el acero
    entre sangre y huesos/
y entre los poros del aire
    los jirones del alma
        /gritan/
    con alaridos de silencio.
Pero detrás
    de los dientes agudos del odio
        el miedo solo puede ser blanco inerte/
            /insoslayable/
        donde el proyectil habrá de evaporar
            cualquier ingenua esencia.

Mientras continúe esta mirada
    desde la lente ciega del mal y la venganza/
el horizonte lejano de la paz
    seguirá cayendo irredento
        hacia el punto infinito del abismo.

Autor: Juan C. L. Rojas

sábado, 9 de octubre de 2010

Hongos purulentos


Son de libertad esas semillas que erupcionan
    entre las tinieblas de la guerra?
¿Son de libertad esos resplandores mortíferos
    que se levantan como hongos purulentos?
¿Es de libertad este hedor
    a campos de la muerte?

Mudo está el viento entre los árboles temblorosos/
y no son de fiesta esas luces multicolores
    que chamuscan los jardines.

Sonoridades    sísmicas    bullen
    entre la acritud pesada y dolorosa del aire.
En las barrancas del Tigris se agrisaron los verdores.
De polvo y hollín se ahogan estomas y pistilos
    y se quiebran/
las nervaduras impotentes de las hojas.

Suele adornarse de penachos el orgullo del poder.
Se corona de oro
    la virulencia sanguinaria del Hombre

Si Dios hablase alguna vez/
Si por fin dirigiese la batalla/
Entonces se ahogarían en la espuma de sus miedos/
en el humo de su odio/
estos artífices cínicos de los hongos purulentos.

Autor: Juan C. L. Rojas

jueves, 2 de septiembre de 2010

El frío de las calles


No sé si te percataste
    de las penas que pululan
        en los rincones de las calles.

No sé si sentiste alguna vez/
    la ingrata emoción de los silencios...
        de las voces sordas...
            y el perfil violento y ciego
    de indiferencias y desidias.

Insisto/
    por si acaso sea tu sordera también
        una muralla de adoquines.

¡Cuántas monedas    ruedan
    en naderías despilfarradas
cruel vertiente a las miradas que espolean
    el hambre enloquecido!

Y mientras gira esta ruleta
insensible metal
    que no siente el lamido del despojo
hay tristezas...
tristezas que pierden puerilidad en los andenes/
seres que adelantan el tiempo del dolor
    en las miserias heredadas.

¡Cuántos decretos rubricados y ninguno asomó/
    para fundar la alcancía lejana a los corruptos!

No sé si mediste alguna vez
    esa hermosa sensación
de dormir tus días sobre flejes duros y oxidados...
Oye    no te hablo de tarimas y teatros/
te hablo de la vida pasando por los huesos.

¿Se enfundó tu niñez acaso
    en los harapos de colchas perforadas?
¿Sintieron tus manos de niño duro
    la ondulada y oscura pared de cartón
        que apenas corta el calor de las estrellas?

¿Se empolvaron tus pies
    al bajar sobre la escarcha
        en el frío amanecer?

...¡Ah    las manos maternas
    de calor frotado sobre la frente tempranera
        luchando las discordias
            del pan de cada día!

¡Mira!   
¡Alguien se encorva allí    a tu lado!
No te olvides de tu hermano...

Mientras caen papeles accionarios
    y tiembla la avaricia
tal vez estés aún
    envuelto en gamuza y algodones
pero también    la vida es hoy
    para los que están
        en el frío de las calles.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas









lunes, 28 de junio de 2010

Los ojos de la impotencia

Hoy una lluvia diferente
   trae sobre las ciudades su barro de fuego.
Las rutas lejanas palpitan de muerte.
Los ojos se agrandan bajo el frágil manto
   que se abre al horror.

Hoy amanece en este confín
   y hablan las luces oscuras
      en el idioma de la tragedia y del odio
         para negar la esperanza.

Hasta la extensión aborrecible del
desierto
   hoy es benévola.
No hay arena volando en las tormentas
   pero son escombros estas alas
      que cortan a sesgo
         el aire
            y los huesos de la inocencia.

No son de buenas nuevas
   estas ondas expansivas
      que sacuden
hasta el alma de las piedras.

¡Oh, Muerte!
¡Sólo un pedazo de plomo vale tu trabajo/
  aunque el misil cueste un millón!
Los balcones tiemblan
   y es esta
una victoria más   de los infiernos.

Los latidos sacuden
   desollando las paredes de la carne/
y en una habitación
   bajo la cama
donde el mundo ignora
   (o es sordo en su desidia)
      un niño
         trémulo
      acurruca su impotencia.
Se ha mutilado su espíritu/
    para siempre.

Autor: Juan C. L. Rojas

AMIGOS, GRACIAS POR VUESTRA PARTICIPACIÓN.